¿Se puede confundir Apendicitis con Amigdalitis? Por más loco que se lea, la respuesta es SI. Ustedes dirán: “¡Pero Nore! ¿Cómo es posible confundir dos cosas tan diferentes con síntomas tan diferentes? ¿Acaso los médicos están locos?”, pues les cuento que sí y más en un niño con Autismo. A continuación les comparto nuestra experiencia, horrible experiencia por cierto, y el susto que pasamos cuando nos nombraron la palabra APENDICITIS.
Juan Andrés llevaba una semana y media de haber comenzado sus clases en el colegio, su adaptación iba avanzando, a su tiempo, pero avanzando. Estuvo muy bien de salud hasta el viernes en la mañana, cuando noté que no desayunó completo, pero a pesar de que dejó medio desayuno en la mesa, su humor y energía era igual a la de todas las mañanas, por lo cual no le presté atención, pues hay días en que Juan no tiene mucho apetito y otros en los que se puede comer un elefante entero (la mayoría de días).
Ése viernes nos llaman del colegio a las 11 am, nos piden que vayamos a buscar al niño porque volaba en fiebre y estaba bastante decaído. Llegamos lo más rápido que pudimos y nos sorprendió que la maestra lo sacó cargado, nos dijo que no había querido comer ni frutas, que no había querido tomar agua, que desde que llegó permaneció en su puesto y no había querido levantarse ni para ir al receso, lo cual es muy raro, ahí fue cuando se dieron cuenta de que Juan tenía fiebre, pero no obstante, la preocupación mayor era que no podía caminar, estaba muy débil y no afincaba la pierna derecha.
Lo llevamos de inmediato a consulta con su pediatra, al tomar nota de los síntomas nos dice: “Roguemos para encontrar alguna inflamación a nivel de oído o garganta, porque si no… puede ser apendicitis”, ahí nos pusimos nerviosos pero esperábamos encontrar algo en el examen físico. La doctora lo revisó muy bien y no consiguió nada, la garganta estaba un poquito roja pero nada que indicara ser el foco de la infección o la causa de la fiebre, no había pus ni nada inusual, sólo un poco roja. Luego procedió a hacer el examen físico para descartar apendicitis y nos dijo: “Todos los síntomas apuntan a una apendicitis, aunque tengo mis dudas por la sensibilidad de Juan, debe ir de inmediato al hospital para que le hagan todos los chequeos correspondientes y lo atiendan de emergencia”. Sentí que me cayó un balde de agua helada, estaba muy asustada pero logré mantener la calma. Le avisé a mi esposo y nos encontramos en casa para arreglar un bolso rápido y salir para el hospital.
Ya en el hospital nos atiende el pediatra de guardia, hace las mismas observaciones y descartes, sin embargo, había algo que seguía complicando salir de dudas sobre la apendicitis: El Autismo. ¿Recuerdan que Juan de pequeño presentaba hipersensibilidad sensorial para unas cosas y también hiposensibilidad para otras? Bueno, por lo general, la hiposensibilidad de Juan se manifiesta en cosas importantes, y peligrosas como en este caso, un descarte de apendicitis.
El pediatra de guardia nos da orden de ingreso a hospitalización y para diferentes exámenes como rayos X y ecografías, nos ingresan en emergencia y empezamos los exámenes, durante las siguientes 24 horas Juan no pudo ni tomar agua, lo mantenían hidratado con una vía en el brazo, pero al no descartar apendicitis no podía ingerir ni una gota de agua, porque si le tenían que hacer una cirugía de emergencia sería peligroso.
En los rayos X salió obstrucción intestinal por heces endurecidas, tenía 2 días sin ir al baño. En la ecografía no se definía el apéndice, pero seguía con dolor abdominal del lado derecho y sin poder caminar, eso mantenía la duda de la apendicitis, sin embargo, se observaron los ganglios abdominales inflamados (ése día me enteré que existen ganglios en la panza). Hasta el momento, no podía ni tomar calmantes para el dolor o bajar la fiebre, sólo podíamos usar pañitos húmedos en la frente.
No se imaginan mi sufrimiento al ver a mi chiquito casi desmayado del dolor, sin poder hablar, con los labios rotos y quemados de la deshidratación y yo sólo podía ponerle pañitos húmedos en la frente. Esto sin contar que en mi cabeza rondaba la idea de la cirugía de emergencia y el miedo no se iba, ¿Se imaginan a Juan Andrés con una operación? ¿Cómo le explicas a un niño con Autismo que no se puede tocar la herida? Que no debe quitarse las curas, que no debe moverse, que no puede hacer fuerza, que no puede comer lo que le gusta ¿Y la hipersensibilidad sensorial? Juan Andrés no tolera jugos ni comidas de texturas cremosas… ¿Qué iba a comer? Si no traga nada de compotas, coladas, sopas en crema, etc., justo la dieta que mandan después de una operación como esta. La verdad es que no sé cómo mantuve la calma y no entré en ansiedad, me consumía el estrés ¡claro! Pero la verdad me mantenía a su lado calmada.
Juan Andrés se comportó como todo un guerrero, cuando tenía fuerzas para hablar me decía: "Ropa, zapatos, vamos a casa" y cuando le decía que teníamos que dormir ahí por un rato antes de volver simplemente me pedía que me acostara con él. Esto me partía el alma, el tener que decirle que aún no podíamos ir a casa, pero justo cuando se me apretaba el nudo en la garganta, respiraba profundo y me ponía a orarle a Dios. En uno de esos momentos, justo cuando estaba concentrada orando y pidiéndole a Dios que fuese otra cosa y nos dejaran ir a casa, nos asignaron otra cama y ahí encontré su respuesta, pude observar a la mamá del niño que estaba en la cama de al lado.
Una "vecina" que me sonrió y me dijo: "todo estará bien, ahí puedes cargar tu celular", le sonreí y le di las gracias, miré el cartel de su hijo y decía "Paciente Crítico" y al ver su edad era sólo un mes menor que Juan Andrés, pero era muy pequeño y frágil, eso me impresionó mucho, el niño tenía una tos horrible y sólo de escucharlo yo sentía que me asfixiaba, pero su mamá estaba tranquila y lo atendía muy bien, me puse a observarla y vi que estaba muy preparada, en ese momento pensé reprochándome a mí misma y al mismo tiempo admirada por la señora: “Qué clase de mamá soy yo que me vine al hospital con 4 peroles, en cambio esta señora se vino bien preparada”, pero luego me di cuenta de que conocía a todas las enfermeras y doctores, iba y venía por el hospital como si fuera su casa, ahí pensé: “Pero ¡Claro! es que la señora vive aquí con su hijo, Dios mío ayúdales”, me partía el alma más aún y comencé a orar por ellos. Al rato saca una caja como de 20 pastillas diferentes y comienza a darle al niño, él muy colaborador y cuando lo vi bien tenía varias cicatrices en el pecho, conversando con ella más tarde me dijo que su hijo tenía insuficiencia renal y que tenía 6 días ahí por la diálisis pero que estaban acostumbrados ya, la vi tan calmada, tan fuerte y tan valiente que simplemente le agradecí a dios el haber tenido a mi hijo con salud toda su vida, le pedí una vez más que fuese sólo un susto, pero también le pedí que si su voluntad era que pasáramos esa prueba me diera la fortaleza y serenidad que tenía esa mamá para afrontar todo de la mejor manera.
Los médicos decidieron hacer un lavado para aliviar los intestinos y ver si lograban descartar apendicitis de esa forma ya que no estaban claros los ecos. A la hora de haberle realizado el lavado y vaciado intestinal la fiebre comenzó a bajar, repitieron exámenes de sangre y la infección estaba cediendo sola, sin embargo, todavía la cirugía no la descartaban ¡Que desesperación! Pasamos la noche bajando fiebre a punta de pañitos, sin calmantes, sin una gota de agua y ya Juan estaba desesperado por comer y beber algo.
Al día siguiente, en la evaluación física ya Juan podía mover las piernas y no expresaba dolor abdominal ¡Excelente noticia! Pero lo mejor de todo fue que al revisarle la garganta ¡Boom! Las amígdalas amanecieron como 2 manzanas gigantes llenas de puntos rojos y placas de pus ¡Aleluya! Jamás me había contentado de que mi hijo tuviera una infección en la garganta. Ya descartada la cirugía nos enviaron a casa de reposo con antibióticos, calmantes y dieta blanda, el diagnóstico final: Amigdalitis aguda con inflamación de ganglios abdominales más obstrucción intestinal por heces endurecidas. Una liga horrorosa de diagnósticos, como para contar una historia de terror en una fogata y que, gracias a Dios, no pasó a mayores.
Y así es como una amigdalitis se puede confundir con una apendicitis y causar pánico a los padres de un niño con TEA ¿Qué les parece? Cada día nos asusta algo nuevo pero por supuesto, aprendemos algo nuevo. Después de una semana de reposo, Juan regresó a su rutina normal y feliz.
En este video les cuento con más detalle nuestra experiencia: